Una historia de Agua y Lava || Luzplay

  

 

"Una historia de Agua y Lava"

Por

Edisu_Cristi

 

RESUMEN

En un mundo donde las especies están divididas en elementos, dos seres muy diferentes se conocieron: Luzu, un ser de agua; y Auron, un ser de lava. Nunca podrían tocarse sin sufrir o padecer, pero, para sus corazones, la felicidad se encontraba en poder reír y existir juntos, en un mismo sitio.

  


Se conocieron como una casualidad del destino, en un día brillante cualquiera cuando se cruzaron sus caminos, se miraron con curiosidad y se acercaron el uno al otro para conocer al extraño sujeto de brillante rojo y al extraño sujeto de luminoso azul.

—Hola.

—Hola.

En la misma tarde hablaron del viento, del sol, de las plantas y de lo tranquila que podía ser la vida en un mundo de elementos. Animados por un intercambio largo y sostenido, las horas pasaron descuidadamente hasta que llegó la tarde y, con una sonrisa al atardecer, se despidieron.

—Lo siento, ¿tu nombre cuál era?

—Luzu, ¿y el tuyo?

—Auron.

Después de eso no se vieron por algunos días. Creyeron que aquel encuentro se volvería sólo una anécdota agradable; pero en un día tormentoso, en el que Auron corría para ocultarse ante una repentina lluvia que le hacía daño, bajo unos árboles vio a Luzu que jugueteaba con los charcos admirando el agua caer.

Corrió al sitio apresurado, tomándolo por sorpresa y cayendo cerca de donde estaba. Luzu lo reconoció y lo miró preocupado al escucharle quejarse de dolor, pero, al intentar tocarle, se detuvo al momento de sentir hervir sus manos con sólo acercarse.

Suprimió sus propios quejidos para, en cambio, intentar hablarle.

—¿Auron? ¿Estás bien?

Auron se recompuso con algo de esfuerzo. Tenía algunas marcas oscuras en sus manos y cabeza: Eran sólidas y algo profundas, sin duda dolorosas.

—Sí —respondió Auron.

—Pero, tienes unos... —Señaló Luzu algo cohibido.

Auron, tocando los trozos de piedra que tenía clavados en su carne de lava, resopló sonriendo.

—Sanará, ya me ha pasado antes.

—Ya veo. —Se tranquilizó.

Se quedaron sentados en silencio sobre unas piedras, viendo el agua de la lluvia caer.

—¿Intentaste tocarme? —preguntó Auron.

Luzu dio un respingo, dirigiéndole la mirada.

—¿Cómo lo...? —titubeó.

—Tus manos están un poco turbias —Señaló, mirándolo de reojo—. Eso no estaba así.

Luzu sonrió algo avergonzado.

—Sí, quise ayudarte y me olvidé que eras de lava —dijo guardando sus manos—. Pero como tú dijiste: Sanará, no pasa nada.

Auron hizo un sonido de desagrado, rascándose la nuca.

—Vale —resolvió, volviendo a mirar la lluvia—. Que no pase de nuevo, no me gustaría que te lastimaras.

Luzu tarareo una afirmación.

—También ten cuidado. ¿Te ha atrapado la lluvia?

La lava del rostro de Auron se enrojeció, emitiendo calor. Brillaba de un tono fosforescente que le pareció entrañable.

—Sí —respondió en voz baja, haciendo reír a Luzu,

La lluvia duró toda la tarde. Eso fue oportunidad para que siguieran hablando, retomando su larga conversación sin ciencia ni drama que habían dejado la vez anterior. Se contaron cosas, como sus gustos, sus caprichos, la forma en la que viven y cuáles son sus amigos.

Llegado el anochecer, la lluvia había cedido y Auron vio claro el poder volver a casa.

—Fue un gusto verte de nuevo, Luzu.

—Lo mismo digo, Auron.

Se sonrieron mutuamente, mirándose unos segundos antes de marchar. El viento les sopló en el rostro, un aire fresco con la misma temperatura que les conectó.

Luzu miró el sol detrás de él, que se mimetizaba con su silueta rojiza y brillante, no pudo evitar compararlos. Auron era como el sol.

Mientras, Auron miraba el azul de su ser, tan cristalino, que se confundía con el profundo tono del cielo oscureciéndose. Luzu era como el cielo.

—¿Te veré luego? —Luzu decidió dar el primer paso, mirando inquieto a Auron, que parecía sorprendido por su pregunta.

Luzu le vio sonreír y esa sonrisa era como un rayo de luz.

—Claro que sí, ¿aquí te encuentro? —preguntó, dando un par de pasos hacia atrás para comenzar a encaminarse.

—Aquí mismo, ¿mañana? —Se animó.

Auron vio en su mirada un brillo igual al reflejo del mar.

—Vale —respondió, marchándose.

Luzu suspiró, tomando su propio camino. “Mañana”, recitaron.

Así fue: Se vieron al día siguiente. Hablaron de sus aspiraciones, sus deseos, las cosas que no les gustaban y sus colores favoritos. A Auron le gustaban los tonos fríos y oscuros, a Luzu le gustaban los colores cálidos y brillantes. Rieron por la ironía y sus rostros se pintaron de rubor por la casualidad.

El azul del agua era fresco, lo que buscaba. El rojo de la lava era cálido, lo que siempre quiso encontrar. Se prometieron verse de nuevo, otro y otro día más. Esos encuentros se volvieron parte de su vida.

Cada día que pasó fue otro en que se conocieron más y apreciaron con mayor fuerza sus contrastes. El agua y la lava habían encontrado un confidente, alguien tan distinto, pero tan complementario, que se preguntaron qué hacían antes de conocerse.

No había día en que no salieran de nuevo. Todos los días, en el mismo sitio hasta el amanecer.

—¿Quieres pasear? Hay un sitio bonito que me gustaría mostrarte.

—Claro, vamos.

Por primera vez se alejaron del mismo sitio, bajo los árboles. Sin miedo, sin desconfianza.

—Cierra los ojos —dijo Luzu.

—Vale. —Hizo caso intrigado, pero sonriendo.

Luzu no podía tocarle, pero lo guio son su voz paso a paso, hasta que llegaron al sitio que quería mostrarle.

—Aquí, ahora abre los ojos.

Auron entreabrió los parpados, para luego mirar con asombro: Largos campos de flores, llenos de rojo y azul.

—¿Te gusta?

—Lo amo —murmuró.

Auron le miró, admirando su tranquilo azul celeste. Miró sus propias manos, el intenso rojo vivaz. Miró a los campos, orquídeas azules y amapolas se erguían juntas, brillando al sol.

Luzu quiso tomar su mano, pero se resistió. En cambio, sus palabras nadie las detendría.

—Te amo.

Auron sintió un escalofrío y se preguntó si era por el aire fresco que golpeaba su espalda o por las emociones que se agolpaban en su pecho. Se giró, apreciando a Luzu mirando su suave sonrisa y no necesitó pensar su respuesta, pues ésta sólo salió.

—También te amo, Luzu.

Se sonrieron con emoción y anhelo. Estaban emocionados por ese sentir, que enlazaba sus diferencias en una sola frecuencia. El viento continuaba sonriéndoles, acariciando sus pómulos de distinto color.

Desearon poder tocarse y compartir, aunque sea, un roce de manos, pero se conformaban con el dulce sabor de ser correspondido. Los campos de flores ahora eran su conexión de color: Azul y Rojo juntos en un mismo sitio. Un campo que visitarían ahora, compartiendo sus tardes con alegría e ilusión.

Se vieron más y más días. Hablaban de sueños, recuerdos, con un grito silencioso al verse a los ojos susurrando palabras de amor. La caricia de un beso en el aire, con la luz del sol uniéndolos en un mismo momento perfecto para existir.

Se amaron cada instante y con más fuerza que en el segundo anterior. Crecían los anhelos, y los deseos se clamaron al cielo y al sol.

—Lo que daría por poder tomar tu mano, sólo una vez. —El mismo pensamiento, viéndose los dos con sus dedos tan cerca y tan lejos a la vez.

La resignación jamás pudo menguar su amor. Su vida estaba unida sin necesidad de más que sus presencias, que sus miradas, que sus palabras y que su tiempo invertido en quererse más que a cualquier otra cosa.

Un amor que miró el cielo, el sol y el viento, y se enternecieron. Y por un día, sólo por día, el viento les hizo ese favor.

—Hoy, sólo por hoy —les susurró.

Luzu y Auron pensaron imaginarlo, pero al acercarse, no había roca creándose ni agua comenzando a hervir. Más cerca, casi tocándose, estaban tan nerviosos y emocionados.

Entrelazaron sus dedos mirando sus manos y después mirándose entre sí. Ambos pares de ojos destellaron y el viento les empujó a ir por más para que no se quedaran sólo con ello. Se abrazaron con fuerza, ahogados en una alegría que nunca creyeron posible.

Sin querer soltarse, hablaron de realmente pocas cosas esa tarde. De la mano visitaron sus flores, se sentaron y compartieron su felicidad. Hacia el atardecer, el agua y la lava se estrechaban, acercando sus rostros y acariciando sus mejillas.

—¿Puedo...? —preguntó Luzu.

—Puedes —respondió Auron, cerrando los ojos.

Con suavidad juntaron sus labios, un roce de amor puro, haciendo sonreír al cielo, al sol y al viento. Los minutos que quedaron se fueron en mimos y muestras de afecto, llenándose de besos para grabárselos en el corazón. El viento sintió tristeza al ver su angustia.

Los había visto amarse lentamente: Un amor como pocos, más fuerte que la obsidiana y más impetuoso que el mar. El viento puso su fe en ellos

A la mañana siguiente, amanecieron juntos frente a su jardín de flores. Los despertó el ardor de sus manos: hirviendo, creándose una capa de piedra. Se miraron con tristeza, pero sonreían al haber cumplido un anhelo.

Sin embargo, no pudieron evitar desear más.

Hablaron de añoranzas y sueños cumplidos, la alegría de lo efímero y la creación de recuerdos eternos. El cosquilleo de sus dedos nadie lo borraría ni podrían olvidarlo. El sabor de sus labios mucho menos: Frío y cálido a la vez, dulce y picante.

El tiempo pasó y nada cambió. Seguían tintándose en incondicional fidelidad, cuidando de sus flores. Mirando el firmamento, se preguntaron por primera vez, antes de hablar:

—¿Eres feliz? —preguntó Auron.

—Lo soy —respondió—. ¿Y tú?

—También lo soy.

Observando el final del cielo, colores cálidos y fríos de otro bello atardecer que les arrullaba.

—Es rojo y azul —dijo el de lava—. Juntos en el mismo sitio.

Luzu le miró, con la garganta apretada y los labios tensos, llenos de dolorosa ambición.

—De verdad quiero abrazarte de nuevo. —dijo. Auron, antes de responder, depositó su mirada en las flores. Luzu le acompañó—. De verdad quiero.

—Yo también.

Ese anhelo creció peligroso. Con el paso del tiempo, las pláticas desataron un fuerte deseo que ardía con descontrolado fervor.

—De verdad quiero besarte. —Auron miró al suelo con tristeza, empuñando sus manos—. De verdad quiero.

Luzu entristeció con él, de frente, sin tocarle.

—Yo también.

Sollozaron con la resignación pesando como montaña en sus espaldas. El viento se llevó sus lágrimas, manteniendo su fe. Esa fuerte añoranza los llevaría más allá, mucho más allá.

Lo confirmó el día en que el llanto se desató. Los seres de lava y agua se había declarado guerra. Y a pesar de que a Luzu y Auron nada les concernía, las presiones caían sobre ellos. Aplastaba con fuerza en cualquier atisbo de libertad, el rigor de una batalla, el duelo, las restricciones. Pesó sobre sus tardes y sobre sus jardines ahora descuidados. No podían llegar, no podían salir.

El hartazgo y el ansia llegaron a su límite. Jamás se separaron durante tanto tiempo y una batalla estúpida de supremacía intentó dividirlos, pero eso no pasaría. Bastaba con escapar: Correrían lejos, juntos, más allá de las montañas persiguiendo el camino del viento y la puesta del sol. Así lo hicieron: Ocultos, huyendo de sus propios hogares, persiguiendo la pista del atardecer.

—¡Auron!

—¡Luzu!

Se encontraron en el jardín, no más equipaje que comida y sus propios deseos. Asintieron, alejándose y dejando todo atrás. Pero la guerra los alcanzó: los traidores, clamaban a sus espaldas.

—Lava y agua es antinatural.

—Jamás podrían tocarse.

—Nunca lograrían amarse de verdad.

—Su destino nunca será estar juntos.

Acorralados, cayeron al suelo temerosos, intimidados por quienes querían alejarlos.

—¡Nos amamos! —gritó Luzu.

—¡Somos felices! —gritó Auron.

—¡Demostradlo! —gritaron todos, arrojando piedras.

Luzu intentó cubrir a Auron, pero ¿cómo protegerlo si no lo puede tocar? Las heridas se acumularon, lastimando sus cuerpos hasta que no pudieron levantarse más y, en algún momento, se nubló el cielo.

Los seres de lava huyeron, los de agua perdieron el interés en seguir atacando un sinsentido. El chico de lava no podría escapar y la lluvia acabaría por matarle, el chico de agua rebelde no podría hacer nada más que ver a su amado morir. Eso era el castigo a su necedad.

¿Por qué amar a alguien tan distinto?

Luzu miró desesperado a Auron, cuyos ojos reflejaron su triste resignación. Ninguno podía moverse y no había forma de que Auron se librara de esa situación. En cambio, aun sabiendo eso, Auron le miró con infinito cariño, sonriéndole a pesar de todo.

—Te amo, Luzu —murmuró, cansado y sintiendo las gotas de lluvia comenzar a caer sobre él. Cada delicado golpe ardiendo y cubriéndolo con una fina capa de piedra.

—Te amo, Auron. —Adolorido pero determinado, se arrastró hacia él.

Luzu sintió hervir sus manos al tocarle, pero eso no lo detuvo en estrecharlo entre sus brazos, mientras la tormenta se desataba.

—Te haces daño, Luzu —dijo débilmente, tratando de hablar dentro del dolor que el agua que aterrizaba como ácido sobre sus carnes le causaba—. Te dije que no lo hicieras de nuevo.

Luzu sonrió, arrullándolo.

—Pero quiero hacerlo. —Su pecho ardía y sus sentidos se perdieron rápidamente con un terrible mareo, mientras su cuerpo comenzaba a hervir—. En un mismo sitio, Auron, como nuestras flores.

—Y como el atardecer —susurró, cayendo sin fuerzas convirtiéndose en roca—. Juntos.

Cerraron sus ojos cediendo a la agonía, aferrados el uno al otro de nuevo.

—Juntos hasta el final, ¿eh?

El viento les miró, paseándose sobre la roca desgranada y húmeda. Dentro de toda la espera, la resignación y el dolor, la fuerza que demostraron sólo podía ser una leyenda.

Pero era una leyenda cierta.

—Eso es amor.

Por eso les dejó intentarlo una vez más, riendo con enternecimiento deseoso de ver qué cara ponían.

—Hala. Ahí van, tontitos —dijo con dulzura, creando dos ráfagas de viento.

Aparecieron las siluetas de dos seres de mismo material, que al levantarse se miraron confundidos, reconociéndose.

—Amaros —se despidió el viento, acariciando sus mejillas—. Se lo han ganado.

—Auron.

—Luzu.

Repitieron la escena que alguna vez vivieron: Entrelazando sus dedos, mirando sus manos y luego mirándose entre ellos, sonriendo.

—Quiero abrazarte.

—Yo también.

—Quiero besarte.

—Yo también.

—¿Puedo?

—Puedes.

   

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Edisu_Cristi

"Te quiero y te querré, hasta que se acabe el mundo"


 

 

 


 

 

 

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