Algo llamado hogar || Relato

  

 

"Algo llamado hogar"

Por

Edisu_Cristi

 

Portada cortesía de @_ConePlay_ en twitter.

RESUMEN

Auron ha peregrinado durante mucho tiempo: Nunca temió tomar el camino hacia lo desconocido, surcando tierras extrañas con la única compañía del sol, el viento y su ímpetu por descubrir nuevos horizontes. 

Un día un presentimiento le dijo: Ve, hacia allá está tu hogar. Entonces comenzó a caminar, para encontrar lo que sea que le estuviera esperando.

Breve relato de cómo Auron llegó a Karmaland, desde tierras muy lejanas.

La luz del sol bañaba su piel con suavidad, apaciguando el frío de la madrugada. El lejano murmullo de los árboles era una suave canción que agradaba a sus oídos, pues le acompañaba en su andar. No llevaba nada en manos y lo único que lo guiaba era el impulso de sus pies y el viento fresco de esas tierras desconocidas.

Hace algún tiempo había comenzado un largo viaje. Dejando todo atrás, no tomó más que un poco de comida y una espada para dirigirse hacia el horizonte, atendiendo a un extraño llamado de su subconsciente que le decía: Ve, hacia allá está tu hogar.

La decisión realmente fue sencilla, no le era ningún dilema el sólo marcharse. No echaría en falta nada ni tenía a nadie de quién despedirse. Encima este tipo de peregrinación ya la había hecho antes: es difícil por tener que estar tanto tiempo a la intemperie, pero no era imposible y tampoco veía impedimento en hacerlo de nuevo.

Dejó libre un largo y sostenido suspiro, sacando de su inventario las bayas silvestres que había conseguido el día anterior. Era de lo último que le quedaba y ahora, llegado el día, tendría que retomar su camino persiguiendo la dirección de la puesta del sol.

Caminó, yendo a través de los pastizales y encontrando bajo los robles manzanas que le servirían para el almuerzo. Estuvo caminando horas sin descanso, hasta que se detuvo frente a una posa de agua dispuesto a beber y limpiarse; el agua era fresca en esa zona y la sensación de quitarse la suciedad era maravillosa después de dedicar horas cruzando valles y escalando montañas.

Una de sus actividades preferidas era minar, llenarse de tierra era parte de su pasatiempo, pero eso no quería decir que le gustase quedarse así, con el olor a sudor como plus. Tomar un baño era un buen momento de integración consigo mismo, donde tenía la oportunidad de despejar su mente. Era en instantes como este que se daba el lujo de apreciar una vez más todo lo que veía en su largo recorrido, rememorando en sus pensamientos aquello que le hacía sentir que cada paso dado valía la pena.

Eran tantas las cosas que le habían encantado de su viaje. Recordaba el sonido del agua de los ríos que había cruzado y el brillante azul de los lagos que tuvo que bordear. El verde de los prados y el tendido amarillo de los trigales que le sirvieron de provisión para hacerse algunas hogazas de pan —bastante buenas, por cierto—, brillaban con frescura en su memoria.

Relajó su cuerpo sobre el agua; estaba en una poza poco profunda por lo que no peligraba. Aprovechó ese mismo lapso libre para comer, tomando una de sus manzanas para ir desapareciéndola mordisco a mordisco. Era roja y dulce, pudo concentrarse en el jugoso sabor con el ligero balanceo de las ramas de los abedules cercanos. Removió también sus pies para deshacerse del vago entumecimiento de sus talones.

Estuvo un rato ahí, hasta que la luz del sol le dijo que ya era medio día al caer directo sobre el palo que dejó enterrado en la tierra, no produciendo casi sombra. Levantó sus cosas y, tras secarse rápidamente el cuerpo, se vistió dejando gotear su cabello y empapando sus hombros. Entonces siguió caminando.

Al inicio de su viaje contó los días que iban pasando, pero en algún momento había perdido la cuenta y el tiempo simplemente siguió marchando, con él sin dejar de andar. Hasta ese momento el camino había sido más largo que molesto. Con la fortuna de hallar cuevas en las que resguardarse y la habilidad de ocultarse entre los tupidos árboles bajos —además de su ferviente valor para liarse a puñetazos con los monstruos—, su mayor preocupación sólo había sido no tener qué comer en algunas ocasiones.

En el último tramo que había recorrido, el follaje había sido abundante y la comida había estado allí, a pesar de no haber tantos animales. Había cruzado selvas, montañas e inclusive un par de zonas secas. Había conocido diversos paisajes y se maravilló con muchos, al mismo tiempo que llegó a odiar varios otros.

Curiosamente, no se había encontrado ninguna aldea en todo ese tiempo. No tenía tan buena experiencia con ellas, pero encontrar gente podría ser lo que estaba buscando. Realmente no se había detenido a pensar ni un sólo momento en cómo sabría que había llegado a su destino. Algo en su pecho le decía que siguiera caminando, pero ¿hasta dónde debía llegar? Bien podría dar con el fin del mundo en su sinsentido, y eso por algún extraño motivo no le parecía mala idea.

Tal vez andando encontraría el bioma perfecto, un sitio maravilloso lleno de abundancia donde los animales no faltarían y las cosechas siempre serían las mejores. Donde no existieran los monstruos y pudiera dormir mirando al cielo todas las noches, resguardándose durante el día en la que sería su casa definitiva, aquella que hiciera con el fruto de sus viajes mineros por el subsuelo. Podría tener una mascota, que sea felpuda y suave para dedicarle mimos y abrazarla mientras retoza bajo los árboles.

Eso sería maravilloso, se preguntaba si sería posible tal escenario. No lo sabía, podría ser que sí.

La sombra que se proyectaba en frente suyo le decía que iba a media tarde. Debía ir pensando en dónde y cómo resguardarse. Sería bueno que encontrara también más comida, pues sólo le quedaba una manzana y sentía hambre, tendría que acabársela allí mismo.

Mordisqueando su última provisión del día, anduvo entre la larga y tendida llanura acercándose a un par de lomas. No había árboles cerca y, aunque no se estaba preocupando todavía, sí se cuestionaba qué tan lejos habría algo de follaje. Si no llegaba a encontrar ningún sitio tendría que cavar un hoyo en la tierra; con que lo terminara antes de la puesta de sol estaba bien.

Fijó hacer su pequeña madriguera después de la pequeña elevación que subía. Estaba algo exhausto después de otro largo día caminando; conciliar el sueño, así sea con la espalda contra la tierra, era algo que le apetecía bastante. Tomó impulso para llevar hasta arriba sus rodillas, avanzando sobre la subida dispuesto a cruzarla esa misma tarde mientras el sol seguía avanzando de frente a él para ocultarse en el horizonte.

Respiró hondo al llegar a la cima, inclinándose para relajar sus músculos sintiéndose victorioso y preparándose para una más fácil ruta de bajada. Enderezó su espalda y, al momento que sus ojos chocaron con lo que tenía enfrente, un vuelco en su corazón le susurró una sola cosa, que emuló con su propia voz.

—Es aquí.

Observó fascinado la silueta de un pueblo. Estaba aún un poco lejos, pero podía ver bien las construcciones alzarse entre ellas, con altos árboles desperdigados sin llegar a opacar el brillo de las casas, que veía encenderse de poco en poco. Fuera de los bordes del pueblo, podía ver otras casas que lucían más grandes y complejas, encima de empinadas colinas con grandes escaleras que bajaban desde su cima.

Por un momento se sintió pequeño, pero ese mismo sentimiento le hizo sonreír, pues se imaginaba a sí mismo alzándose entre aquellas edificaciones. Podía verse con algo tan grande y brillante que le hiciera formar parte de todo eso. Era algo que quería y quererlo era la suficiente excusa para comenzar a bajar con toda prisa de la loma sobre la que estaba.

Corrió, quería llegar pronto. El cielo se tornaba rojizo y pronto sería el momento de que llegaran los monstruos. No tenía escondite alguno y aparentemente estuvo más tiempo de la cuenta admirando el panorama. Corrió con más fuerza, no sabía si por la incertidumbre al no conocer la noche en esos alrededores o por el deseo de comenzar a buscar un sitio donde instalarse.

El sonido de sus pisadas sobre la hierba era su aliciente para seguir avanzando. Se aproximaba velozmente con la ansiedad de estar ahí bordeando la punta de su cabello. Acercándose más, comenzó a diferenciar un letrero que ponía un simple mensaje:

"Bienvenido a Karmaland".

El rojo del cielo se hizo brillante y profundo, tornándose cada minuto que él seguía corriendo en un azul oscuro bañado de estrellas. El cielo era maravilloso y se dijo a sí mismo que en cuanto tuviera un sitio propio y la posibilidad de hacerlo, dormiría mirando hacia arriba.

La noche había caído completa en el momento que puso un pie en el borde del pueblo, con las luces de las casas iluminando su rostro y deslumbrado su mirada café. El calor de las antorchas desperdigadas aminoraba el efecto del frío nocturno y el acogedor sentimiento de la vida desempeñándose en aquel pueblo fue una suficiente recarga de energías para tomar el valor de buscar el centro de la aldea.

Sonrió, porque había gente. Muchos entraban a sus casas, seguramente por la hora. Había guardias en varios sitios, lo que le decía que debía ser un lugar seguro. Las tiendas eran varias, llenas de cosas que le intrigaban pues jamás las había visto —aunque admitía que tampoco conocía mucho de artículos del mundo—. Pudo ver a lo lejos un molino cerca de unos sembradíos y, en otro lado, cómo se erguía una gran iglesia. Había algunos edificios en construcción y su misma emoción le hacía desear ver pronto en qué se convertirían.

Apenas había llegado y ya quería comerse el pueblo. ¿Quién podría culparlo? Quería comenzar, quería moverse y crear.

Sin embargo, sabía que en la noche eso era imposible. No era tan tonto como para ponerse a ello ni bien arribar. Primero tendría que averiguar si necesitaba algún tipo de permiso o si existía algún cupo libre para él.

Se llevó una mano a la nuca, frotando su cuello para relajar sus músculos. Estaba cansado y normalmente dormía al caer el sol, para él lo mejor sería buscar un sitio donde descansar.

No quería comenzar incordiando a alguien en su casa, así que optó, según pudo averiguar preguntando a algunos aldeanos, buscar ayuda en el ayuntamiento. Tal vez allí le orientaran un poco y de paso pudiera conseguir un sitio para dormir y algo qué comer.

Se detuvo frente al edificio que ponía en un letrero "Ayuntamiento", confiado en encontrar gente. Para su sorpresa no fue así: estaba vacío y lo único que pudo hallar al entrar fueron algunas notas y un par de letreros. Miró por todos lados buscando algún tipo de señal que le dijera que había algún encargado, pero, para su mala suerte, estaba vacío.

Tomó asiento en un sillón que había encontrado. Su vista se nubló por el agotamiento, necesitaba descansar. Su cuerpo le pasaba la cuenta del día con insistencia.

Cansado de buscar gente, trató de encontrar ahora algún sitio donde dormir. Afortunadamente no tardó en encontrar una habitación con una cama.

Al verla se preguntó cuánto tiempo había pasado desde la última vez que ocupó una. Ni siquiera recordaba cómo se sentía. Bufó divertido al pensar que descubriría lo que era dormir en algo que no fuera tierra, roca u hoja seca.

Se sentó en la orilla, acariciando la sabana con intriga. Era suave como una oveja, pero no tan esponjosa como para terminar de hundirse. Posó su espalda contra el colchón y de inmediato pudo sentir el efecto en su cuerpo: Tan delicado y suave, calentito y cómodo. Dirigió su vista hacia arriba sintiendo su mente desvanecerse rápidamente, mirando cada vez más oscuro.

Fue muy extraño, pero antes de caer completamente dormido, sintió una caricia en su cabeza junto con la lejana voz de lo que creía era su subconsciente, susurrándole taciturnamente unas tranquilas palabras que le hicieron terminar de rendirse ante el sueño.

"Por fin llegaste. Bienvenido seas, SrAuronPlay".

 

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Edisu_Cristi

"Un hogar donde todos los días brille el sol"


 

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