Pogo || Relato

   

 

"Pogo"

Por

Edisu_Cristi

 

RESUMEN

Matthias Conway es un niño muy solitario. La vida de su familia es complicada: Papá siempre está ausente y, aunque mamá hace lo que puede, entre mudanzas constantes Gustabo no logra conseguir amigos.

En su más reciente cambio de casa, llegando a una cabaña retirada en medio de un tranquilo bosque, Gustabo encontró un muñeco de peluche. Lo recibió con alegría como un mejor amigo a quien podría llevar a todos lados, así que lo bautizó como Pogo. Un nombre que a ambos les gustó.

La mañana era helada, viajando cerca de una villa llamada El Pueblo. Matthias bostezó en la parte trasera del coche, yendo junto con sus padres a lo que entendió sería su nueva casa.

Las horas del viaje se sumaban lentamente mientras miraba, envuelto en su cobija, a través de la ventanilla. Lo único que veía a lo largo del trayecto eran los árboles: Pinos altos, pinos bajos, pinos frondosos o apenas con hojas; también arbustos y una que otra cabaña a diferentes alturas de la calzada. 

El frío lo arrullaba a la vez que el repetitivo entorno, sólo interrumpiendo su aturdimiento por un par de señales y uno que otro movimiento desigual a partir del momento —algo así como las 3 de la tarde— que dejaron la carretera y anduvieron en un camino de tierra ligeramente escabroso.

No comprendía por qué sus papás quisieron mudarse tan lejos. Algo había entendido el pequeño Matthias sobre que papá, por su trabajo, eligió que vivieran allí para estar lo más tranquilos que pudieran lejos de la ciudad. Mamá se encargaría de su educación, cosas como cuentas y demás conceptos que no alcanzaba a comprender bien aún.

También entendió que papá se iría en un par de semanas por su trabajo, por lo que se quedaría solo con mamá. Y no es que fuera malo, amaba a su mamá, pero no podía evitar sentirse mal siempre que papá se iba, a pesar de que fuera algo usual pues papá siempre tenía trabajo que hacer. Es un trabajo que implicaba que se fuera incluso meses de casa.

Matthias podría tener apenas siete años, pero aun así entendía bien lo que implicaba la responsabilidad de su papá y la necesidad de que se muden a menudo. Mamá se lo había explicado varias veces y papá un par más. No necesitaba ponerse a cuestionar y él, como era un buen niño, tampoco buscaba dificultar las cosas a sus padres. 

Además, entendía bien que no volvería a su antigua casa ni iría al colegio como el resto de niños, y no estaba molesto con ello. En realidad, no le preocupaba porque igual no tenía amigos a los que extrañar. No era la primera vez que se mudaban de manera repentina por una reubicación del trabajo de su padre y estaba seguro que tampoco sería la última, por lo que ya no se molestaba en entablar algún tipo de relación con alguien —a parte de que casi siempre los niños eran algo molestos para su gusto—.

Mamá siempre le decía que intentara llevarse bien con los demás y papá le animaba a divertirse o hacer algún deporte. Ambas cosas no le interesaban mucho, pero trataba de hacerles caso: Era amable con sus compañeros y hacía actividades escolares con dedicación, a pesar de que al final del día sólo quisiera sentarse a jugar algo tranquilo o ver sus caricaturas preferidas.

Como fuese, Matthias era un buen niño. En cierta forma estaba feliz de no tener que invertir ese esfuerzo extra de convivir y poder descansar un poco, pero también estaba algo triste porque, como todo niño, no podía evitar querer —pero de una manera serena, algo sosegado— jugar con alguien. 

Había días en los que simplemente deseaba poder ver sus caricaturas o leer un cuento al lado de alguien. Algún compañero que esté con él y del que no tuviera que despedirse porque tuviera que mudarse de nuevo. Un deseo sencillo que arrastraba en su corazón, pero que por su forma de vida era prácticamente imposible.

Papá detuvo el coche. Tanto él como mamá bajaron y Matthias esperó tranquilo en su asiento. Papá le había enseñado a esperar hasta su señal y cuando le vio ponerse del lado de su puerta, preparó su cobija y su mochila para bajar de un salto en cuanto abrió. Papá le sonrió revolviendo su cabello, Mamá lo cobijó a su lado y con suave y dulce voz, le dijo que habían llegado y que viera su nuevo hogar. 

Una cabaña. Era un poco grande, al menos desde su perspectiva. Los árboles que le rodeaban eran altos pinos que rodeaban un terreno amplio, había un jardín con lindo césped y un columpio. Definitivamente quería probar ese columpio.

—Tu papá y yo bajaremos cosas del coche, si quieres puedes ir a jugar —dijo su mamá. Matthias sonrió por su suerte.

—¿Puedo usarlo? —Señaló con su pequeña mano el columpio que se erguía al lado de la cabaña. Su mamá miró en esa dirección.

—Claro que sí —respondió mientras acariciaba su cabeza.

Matthias no lo pensó mucho y con diligencia guardó su cobija dentro de su mochila para después colgar ésta en su espalda. Corrió hacia el pequeño y verde espacio libre que estaba cerca del bosque —se preguntó si no saldrían animales de allí, anotando mentalmente tener cuidado—. 

No estaba tan mal el sitio: era fresco, había bastante silencio, un suave aroma a pino le rodeaba y podía escuchar pájaros a lo lejano, en algún lugar en medio de los árboles. Parecía que su nueva casa sería agradable, aunque cierto era que también era alejado, tal vez no tendría mucho que hacer y probablemente no vería otros niños pronto, lo que en el fondo también le afligía. Suspiró.

Se quedó un largo rato en los columpios. Se balanceó con fuerza sintiendo el aire frío golpear su cara, hasta que se agotó y decidió quedarse otro rato más simplemente sentado en su sitio. En algún punto perdiendo el tiempo se aburrió, así que mirando a su alrededor tomó un par de detalles más: Cerca había pilas de madera y una pequeña construcción que parecía un cobertizo, como esos lugares que en sus caricaturas usan para guardar cosas; fuera de ello y la cabaña, todo lo demás era árboles y pequeños arbustos.

Detuvo su mirada en las muchas entradas al bosque. Rápidamente vislumbró a mamá y papá, estaban moviendo cajas y se preguntó si podría ir a espiar un poco entre los árboles. Tenía aprendido de sus padres que no debía alejarse mucho de ellos, pero estando en lo que técnicamente eran los límites de su casa, se dio a sí mismo un par de licencias.

Con pasos cautelosos se acercó a los arbustos, admirando con curiosidad entre los árboles unos largos caminos que se perdían entre troncos y hojas. Se aventuró un poco, yendo a la parte de atrás de su casa sin arriesgarse a entrar entre la arboleda. No se sorprendió de ver el patio de atrás tan vacío como el patio de adelante, encontrando solamente otro poco de montículos de madera.

Se acercó con el único afán de explorar. El césped de ese lado estaba más crecido así que procuró tener cuidado, adentrándose poco a poco. La tarde comenzaba a caer y el cálido rojizo del cielo bañó de un tono bermellón su aventura. Pensó en que pronto tendría que regresar, pero, antes de darse la vuelta, vio un muñeco desconocido a un lado de la puerta trasera de su casa.

El juguete estaba solo, sentado en una silla y lo suficientemente refugiado como para estar en buenas condiciones a pesar de verse un poco desgastado. Lo miró detenidamente: era un payaso sonriente, bastante sencillo con estambre morado como cabello, nariz colorada, ropa roja y púrpura y un lindo corbatín amarillo. Matthias al verlo sintió una inocente intriga: Le pareció bonito, así que lo tomó en brazos para apreciarlo mejor; era algo grande y bastante suave, lo suficientemente agradable para hacerlo esbozar una sonrisa. 

El llamado de su papá le alertó y corrió con el muñeco en manos al frente de la casa. Estuvo un rato explicando a sus padres que quería quedarse con él. Ambos, un poco renuentes, les parecía extraño que estuviera eso por ahí, así que su papá lo revisó con cautela y desconfianza —papá siempre había sido así con casi todo—, comprobando que no tuviera nada peligroso hasta que se lo vio satisfecho. Con un poco de abogo de su mamá, Matthias consiguió quedarse con el muñeco bajo la promesa de lavarlo antes de meterlo en su habitación.

Fue cuidadoso con el muñeco, lo limpió cariñosamente y secó incluso con una toalla que su mamá le permitió usar. Para la hora antes de dormir, Matthias ya tenía a su nuevo amigo a su lado en la cama, acompañándolo para pasar la primera noche en la cabaña.

—¿Te parece bien que leamos un cuento? —preguntó con inocencia, tomando uno de sus libros—. Este es bueno, es sobre una mamá oveja.

No esperó una respuesta sabiendo que no obtendría una, pero sentía que debía ser amable con su nuevo amigo. Después de todo, planeaba que fuera su compañero de habitación y de viajes.

—Apenas acabo de llegar, pero no parece pintar muy divertido aquí —reflexionó el pequeño—. No es que me queje, pero estamos muy lejos y no hay nadie cerca. 

El muñeco estaba con calma sobre la cama. Matthias se subió al colchón colocándose frente a su compañero de algodón y estambre.

—Me alegra encontrarte. Creo que podemos ser amigos, ¿te parece bien? —Sonrió, tomando al muñeco en brazos—. Tampoco quiero obligarte, pero… No se lo digas a mamá y papá.

La voz de Matthias se apagó un poco.

—Me siento muy solo —susurró, queriendo que sólo el muñeco lo escuchara—. Siempre nos estamos cambiando de casa y aunque haga amigos, no los vuelvo a ver nunca, ¿sabes? Así que no lo intento para no extrañar a nadie.

Matthias abrazó un poco más al muñeco.

—Papá dice que es necesario. Y está bien, pero… igual estoy triste. Más porque se irá otra vez: Siempre se va otra vez y nos deja a mamá y a mí.

El muñeco yacía en brazos del pequeño niño, sin inmutarse.

—Y cuando regresa, casi siempre es porque nos mudaremos otra vez —musitó con amargura—. Por eso no tengo amigos… Aunque igual los niños son molestos: siempre se ríen porque papá nunca llega por mí, dicen que no tengo papá, ¡claro que tengo!

Se quejó el pequeño, pero más que molesto, seguía luciendo triste. Matthias se acurrucó con su muñeco.

—A ti podría llevarte a todos lados. Podríamos ver televisión mañana, veremos un capítulo nuevo juntos. Eso sería genial. Ya no estaría solo y yo te lo agradecería mucho… Tú serías mi único amigo.

Un pequeño sollozo se asomó, pero cualquier nudo de garganta fue rápidamente anulado.

—Y tampoco te irías por meses. Tú no me dejarías solo, ¿verdad?

Los ojos de Matthias brillaban, mirando al muñeco con ilusión. En ese momento, la sonrisa amplia de éste fue un consuelo para él.

—¿Cómo puedo llamarte?

Miró a los ojos al juguete. Trataba de descifrar alguna pista de cómo podría llamarle y no tener que decirle muñeco toda la vida. Pensó y pensó, sosteniendo la mirada como si ambos estuvieran pensando y ninguno de los dos tuviera una respuesta. 

—Recuerdo ver un programa de un payaso en la televisión… Mmm, ¿”Pogo” era? ¿Te gusta “Pogo”?

Ladeó su cabeza y alzó al muñeco en el aire; lo movió en distintos ángulos, analizando la pertenencia que podría tener el muñeco de ese nombre.

Un “Me gusta” cruzó su cabeza. Un pensamiento ligero como un susurro en el fondo, de un tono un poco más agudo al de su propia voz, que sonaba satisfecho. 

—¡Pogo será! —Sonrió—. ¡Mucho gusto, Pogo! ¡Soy Matthias, espero que podamos ser amigos por mucho tiempo! 

“¡Amigos!”, fue su auto-respuesta. O al menos eso pensó, ignorando unas pequeñas risillas que resonaban tan bajo que apenas eran un murmullo. Matthias pronto vio llegar a su mamá para arroparlo, despidiéndose con un beso de buenas noches y un “hasta mañana” dejando las luces apagadas.

Matthias le dedicó un dulce “buenas noches” a Pogo también, abrazándolo con recelo. La tenue luz de la luna se coló por la ventana, acariciando el amigable gesto del muñeco que ahora se sentía amado.

Se sentía vivo.

Un eco resonó muy por debajo de lo que cualquiera podría alcanzar a notar: Una risilla, tal vez un poco infantil. Constante, juguetona y sin interrumpirse. Con agudos alzándose en medio de bajos repentinos y, de pronto, deteniéndose en un estrepitoso silencio muerto.

“Pogo promete ser tu único amigo, pequeño niño solitario”.

 

 

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Edisu_Cristi

"Un amigo inesperado"


 

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